En la orilla tailandesa del río Moei, algunos inmigrantes birmanos venden en pequeños puestos tabaco de contrabando –el justo para no molestar a las autoridades–, algo parecido al viagra y gambas secas. La gran mayoría de ellos, ilegales, trata de esconder el rostro y la identidad ante el amago de ser fotografiados.

A un lado del río queda Mae Sot, Tailandia, mientras que al otro se sitúa la localidad birmana de Myawaddy, rodeada de montañas azuladas y del enigma que supone Myanmar (como se conoce ahora Birmania).

A través del Moei se trafica con personas, madera, drogas y piedras preciosas desde Myanmar hacia Tailandia. El comercio legal cruza el Puente de la Amistad Birmano-Tailandesa cuando está abierto.

Mae Sot es una ciudad fronteriza, una Tijuana asiática. La policía recorre a menudo sus calles para tratar de hacerse con una mordida al solicitar el documento de residencia con el que los inmigrantes no suelen disponer.

Cae una lluvia fina a lo largo de todo el día durante el monzón, y los coches todoterreno de los tailandeses se cruzan y, a veces, atropellan las bicicletas utilizadas por los birmanos.

A mediodía el mercado de piedras preciosas y oro bulle con compradores que comprueban el valor del objeto con lupa, mientras que el mercado callejero birmano vende culebras y tortugas todavía vivas y recién recogidas del río para comer.

“Todo el mundo piensa en Mae Sot como un lugar terrible y pobre, pero también hay buenos autos y casas que pertenecen a los tailandeses y una comunidad creciente de extranjeros trabajando para ONG, muchas veces con sueldos altos”, señala Derina Johnson, una trabajadora social en la clínica Mae Tao, que proporciona servicios sanitarios gratuitos para los refugiados e inmigrantes.

De hecho, cafés, barés y restaurantes de diversas nacionalidades han comenzado a poblar en la última década las calles de Mae Sot para dar de comer y beber a una creciente comunidad extranjera de jóvenes voluntarios y miembros de ONG que se quedan en la ciudad por unos meses o incluso varios años.

Los refugiados e inmigrantes birmanos se enfrentan a una infinidad de problemas –sida, explotación laboral, embarazos no deseados, tráfico de personas, orfandad, falta de acceso a los servicios sanitarios, sobornos de la policía, entre otros muchos–, de modo que casi todas las organizaciones no gubernamentales tienen una labor por delante en la localidad tailandesa.

“Y al final, nuestro objetivo es lo mismo que el de los inmigrantes: acceder con nuestra ayuda a Birmania”, explica Meri Viladecás, fundadora de la ONG española Colabora Birmania, que, entre otros proyectos, apoya el funcionamiento de varias escuelas para los hijos de los inmigrantes ilegales que no tienen acceso a la educación, y que en muchas ocasiones viven en un limbo de nacionalidades.

Tailandia se ha mostrado olvidadiza con la represión política y social por parte de la Junta militar birmana y, en cambio, se encuentra cada vez más interesada en el comercio de los recursos naturales birmanos y la mano de obra barata de sus emigrantes. Mae Sot es la prueba más fehaciente de ello.

La Dama

Mientras en Myanmar recientes cambios políticos parecen remodelar los cimientos represivos del país, los refugiados y trabajadores ilegales birmanos no paran de cruzar la frontera en busca de la supervivencia y con el objetivo de evitar la explotación y los abusos del Ejército birmano.

La Junta militar birmana decidió darse un lavado de cara y celebró elecciones en noviembre pasado. Fueron las primeras en 20 años. La comunidad internacional las consideró fraudulentas, pero trataron de ofrecer una impronta civil al régimen militar que se ha mantenido con puño de hierro en el poder alrededor de cinco décadas.

También a finales de agosto pasado, por primera vez un dirigente de la Junta, el nuevo presidente Thein Sein, se reunió con la líder de la oposición e icono de la democracia, Aung San Suu Kyi.

Ambos políticos salieron con gesto relajado de la cita en Naypidaw, la sede de la nueva capital birmana en mitad de la jungla. El retrato de Aung San, considerado el padre de la independencia birmana frente al colonialismo británico y a su vez padre de Suu Kyi, presidió el encuentro. Todo un acto sembrado de simbolismo desde que el anterior general dirigente de la Junta, Than Shwe, intentara borrar su nombre de la historia a sabiendas del respeto que genera entre los birmanos.

La Junta ha retenido en su casa a “La Dama”, como también es conocida la premio Nobel de la Paz, durante 15 de los últimos 20 años. Su partido, ahora el ilegal Partido Nacional para la Democracia, arrasó en las elecciones de 1990, y desde entonces el gobierno ha intentado por muchos medios acallar su voz.

“Hay que ser prudente y esperar a ver cómo sigue evolucionando la Junta. No se puede dar la mano a quien no está dispuesto a sonreír de vuelta”, reflexiona Myat Thu, un antiguo guerrillero y activista del grupo conocido como Los Estudiantes, que se levantaron contra la represión militar en 1988. Thu abandonó su actividad guerrillera y ahora es dueño de un restaurante birmano en Mae Sot. Pero los sufrimientos acarreados por la malaria y la vida en la jungla se reflejan en sus mejillas hundidas y extrema delgadez.

“La Dama” todavía es respetada enormemente por parte de los birmanos, incluidas las minorías étnicas, que suponen un 30% de los 66 millones de habitantes, aunque durante los últimos 20 años de represión su partido ha quedado minado y no tiene la misma capacidad de convocatoria que entonces.

Algunas de las minorías étnicas, como los karen, llevan levantados en armas 60 años, conformando la guerra civil más larga de la historia. De hecho, muchos guerrilleros karen y civiles se refugian en Mae Sot huyendo de la violencia, de la confiscación de tierras, desapariciones de miembros de la familia y abusos sexuales.

Muchos grupos karen, desde agrupaciones de mujeres, derechos humanos e incluso guerrilleros, se han establecido en la ciudad. Algunos guerrilleros van y vuelven a la jungla entre ambos países. Médicos y paramédicos de la clínica Mae Tao, fundada por la doctora karen Cynthia Maung, hacen el recorrido inverso: son los doctores con mochila que se internan en Birmania para ofrecer servicio médico a aquellos que no tienen acceso alguno a ninguna clínica y no pueden permitirse la movilidad.

Myanmar es uno de los países más pobres del mundo y con menores gastos en educación y sanidad.

“Por el momento, los cambios ocurridos en Birmania sólo han traído más enfrentamientos violentos con las guerrillas de las etnias minoritarias en la zona fronteriza y un encarecimiento del kyat (la moneda birmana), así que los inmigrantes tienen que trabajar más para poder enviar las mismas remesas a su familia”, señala Min, un joven integrante de la organización en defensa de los derechos de los trabajadores inmigrantes llamada Fundación MAP.

“De todos modos, los trabajadores inmigrantes birmanos están cambiando el panorama en el interior de Myanmar. Por ejemplo, les cuentan a sus familias que en Tailandia todo el mundo puede tener un teléfono celular, a diferencia de Birmania, donde sólo está permitido en determinadas ciudades”, explica Min, quien huyó de la antigua capital birmana de Rangún hace cuatro años.

Mientras en la década de los noventa llegaban a Mae Sot inmigrantes de las zonas fronterizas, hoy llegan desde todo el país. Hasta 200 mil trabajadores birmanos se concentran en la ciudad, frente a 150 mil refugiados diseminados en nueve campos a las afueras de la localidad.

“En la última década los grupos pro democracia fuera de Birmania han comenzado a valorar a los trabajadores emigrantes como un grupo activo en el proceso de cambio. Nadie lo quiere reconocer, pero son una válvula de escape de presión para la Junta militar”, señala Dennis Arnold, académico de la Universidad de Chapel Hill, en Carolina del Norte.

“Ahora estos mismos grupos pro democracia consideran la posibilidad de una transición gradual dentro de Myanmar y ahí los trabajadores emigrantes podrían jugar un papel”, explica Arnold. “De todos modos, la llegada de un posible sistema democrático y la liberalización económica no significa que automáticamente vaya a desaparecer la necesidad de seguir emigrando, de hecho, podría hasta aumentar”, añade Arnold.

Entre dos gigantes

Las autoridades tailandesas ven a Mae Sot como una presa económica donde contener la inmigración birmana hacia el resto del país. La economía tailandesa ha seguido un camino dual: si por un lado algunas industrias están muy tecnificadas, otra parte de la economía todavía necesita una mano de obra intensa, como en la agricultura y en la industria textil. Y aquí es donde entran en juego los inmigrantes birmanos, que trabajan hasta 12 y 16 horas al día y no ganan ni el sueldo mínimo.

“La situación no es tan terrible en las fábricas grandes como en las pequeñas compañías caseras, donde los trabajadores trabajan y duermen en el mismo espacio”, explica Min. “Y conforme te alejas de Mae Sot, las condiciones de los trabajadores del campo son cada vez peores”, añade.

Y no solamente es Tailandia la interesada en la mano de obra y los recursos energéticos birmanos. En su libro publicado recientemente, Where China meets India, Thant Mynt-U alude al creciente interés geoestratégico que supone Birmania tanto para China como para India. Ambos gigantes asiáticos están interesados en las grandes reservas de gas natural, petróleo, piedras preciosas, madera y oro de Myanmar.

Para China también es importante obtener a través de Birmania una salida al mar para las regiones del Oeste a través de la bahía de Bengala, mientras que India está interesada en conectar el noreste del país, poco desarrollado, con el resto del continente.

De este modo, Birmania se está convirtiendo en una pieza esencial del rompecabezas asiático, ya sea como lugar donde choquen las ambiciones de China e India o como renovación de la antigua Ruta de la Seda.

Mientras, Suu Kyi trata de negociar las sanciones comerciales que Occidente impuso a Myanmar, prácticamente su única baraja, cuya eficacia es cada vez más cuestionada.

Fuente: @Proceso




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